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Cuento: Juego de niños


Juego de niños


Un rechinar de bisagras interrumpió el sueño del padre de familia, eran la dos y veintisiete minutos de la madrugada. Se quedó inmóvil por un corto instante, con los ojos fijos en las oscuridad, para afinar su oído de manera precisa, y cerciorarse del ruido. Pensó en los niños.

Buscó palpando el bate de béisbol que solía tener bajo la cama, por si lo necesitara algún momento, para defenderse de algo inesperado. El hombre estaba un tanto paranoico. Y La verdad era que su actitud era justificable, la delincuencia en la ciudad se había desatado por esos días.

Se levantó con cuidado para no despertar a su mujer, quien dormía en una cama contigua. Salió sigiloso para  revisar la casa, y ver de qué se trataba ese ruido.

Por momentos pensó que el viento podría haber tumbado alguna cosa, pero no, ya que había posibilidad de corrientes de aire, las ventanas él las había cerrado, como todas las noches lo hacia, para asegurar toda la
casa, puertas y ventanas.

Se dirigió asustado hacia la habitación inmediata perteneciente a sus dos pequeños hijos, y encontró la puerta entreabierta. Se extrañó al verla de ese modo. Miró dentro la habitación, iluminada apenas por una lamparilla, y verificó dos bultos arropados entre sus gruesas cobijas; uno en cada cama, como bien deberían encontrarse los niños. Sintió alivio al percibirlos dormidos.

Apresuró el paso con toda reserva hacia el resto de la casa, y a medida que bajaba las escalinatas hacia el piso inferior, notó que la luz de la cocina permanecía encendida. Era otra cosa que él hacia antes de irse a la cama, apagar las luces innecesarias cuando se acostaban, y los niños no acostumbraban a bajar luego de dormirse, ya que su esposa los atendía en todo antes de enviarlos a la habitación, les decía que fueran a tomar agua, y los hacia ir al baño. Y ella, tampoco dejaría la luz así, en caso de haberse levantado.

Ya para entonces las palpitaciones del corazón del hombre estaban en su máximo nivel y sus vellos erizados completamente.

Siguió bajando lento para evitar hacer ruido, pero al tropezar ligeramente, provocó el sonido del traspié. Sudaba frío.

La ventana de la cocina, era un claro cuadrado hecho en la pared, sin hojas o puertas, orientada en dirección hacia las escaleras, estaba cubierta solo por una cortina estampada con motivos frutales de colores, y a través de ella pudo observar una silueta moviéndose para tomar posición, la podía ver a trasluz, en sombra gris; aumentada cerca dos veces, por el efecto del reflejo del bombillo de la luz amarilla de la cocina.

El aspecto de aquella figura, era la de un hombre empuñando frente a su cara, lo que parecía ser un arma de fuego, dirigida por dos manos que la apuntaba hacia el techo, con la evidente actitud de expectativa, de aguardar a que alguien entrara a la cocina. Determinó en ese segundo, que se jugaba el todo por el todo. Temblaba.

Pensó en Dios, y le rogó para sus adentros por ayuda. La humedad espesa de sus manos, le ofrecía la sensación de que el madero le resbalaba, se las secó alternativamente con los costados de su ropa, cuidando de mantener el bate en posición de ataque, listo para golpear los mas fuerte posible sobre aquel hombre. Como en estos casos, se jugaba el todo por el todo.

Se sintió solo e inseguro, por saberse en desventaja ante un arma de fuego, contra un bate de béisbol. Pensó en la posibilidad de llamar por teléfono, por apoyo a algún vecino o a la policía, pero inmediatamente recordó un caso donde el asesino aprovecho tal pérdida de tiempo, y acabó con toda una familia en una sola noche. Entonces, "lo mejor es enfrentar la situación yo mismo", pensó.

Tenía la oportunidad de la sorpresa, ya que el individuo al parecer, no había caído en cuenta, de que su espalda colindaba con la cortina de la ventana, y que su silueta lo delataba y lo exponía desfavorablemente.

 Al fin llegó con éxito sin hacer más ruidos, podía escuchar su propia respiración agitada, la cual detuvo para no ser delatado.  Y sin contemplaciones, lanzó con todas sus fuerzas un solo golpe, con el bate sobre la cabeza del sujeto, a través de la cortina. Una sensación seca, se transmitió rápido hacia sus manos, cuando el madero despedazó el cráneo de la víctima. Se pudo escuchar el sonido de ruptura en el silenció de aquella noche.

La cortina, con la fuerza del batazo, se desgarró y cayó para arropar el cuerpo tirado en el piso, impregnándose de inmediato de abundante sangre. El padre de familia horrorizado y temblando, se apresuró a entrar a la cocina, y todavía, tuvo el valor de levantar la tela para verle el rostro al supuesto malhechor.

Tiempo antes de aquel evento, el mayor de sus hijos, el que se había despertado por una sed inusual, por lo que llamó insistentemente a su hermano menor para que le acompañara a beber agua.

Luisito, Luisito, lo llamaba removiéndolo por el hombro.

¡Quéeee!, contestó soñoliento.

Acompáñame a tomar agua.

Déjame dormir.

Vamos, por favor. Insistió el muchacho.

¡Nooooo! Determinó malhumorado, quitándole la mano de encima.

Se decidió entonces a bajar solo, por la impertinente sed que le apuraba. Dejó la puerta entreabierta, para sentirse de todas maneras acompañado de su hermano, y bajó las escaleras ya sin sueño, se dirigió al pasillo de la cocina y tras caminar unos pasos, entró...

Y en ese justo lugar de la casa, en el piso, yacía él mismo, frente a su padre, quien hacia resonar la vivienda con alaridos de dolor y horror, porque al levantar la cortina que tapaba al cadáver, se dio cuenta de que  a quien  había dado muerte, era a su propio hijo, el mayor.

El muchacho luego de bajar y  de deshacerse al fin de la sed que lo agobió en sus sueños, de regreso, al cerrar la nevera, vio en la mesa la pistola de juguete que dejara allí cuando cenó, fue en ese entonces el momento en que escuchó pasos en las escalinatas, era su padre, pero él entonces pensó, que se trataba de su hermano, quien bajaba las escalera para acompañarlo de todos modos, por lo que le atrapó un impulso automático de agarrar el arma de juego, y esperarlo escondido listo para darle un buen susto.



                                                                Mayo 11 de 2001





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