CONVERSANDO CON MI ABUELO

Le rememoro con claridad aquel diciembre cuando apenas yo tenía siete años, y que no teníamos que cenar la noche buena, y le hice referencia de aquella mañana, cuando vendió algunas herramientas, con el fin de proveerme de ropa nueva, y de algún juguete, y de paso comprar la cena para la navidad. Yo supe en ese entonces, que había sacrificado sus cosas, solo para mantener vivas mis ilusiones de niño feliz. Lucía muy contento por haberlo hecho, me lo decía así, su sonrisa delineada en su rostro de azúcar, todo ese día.
También traigo a memoria las caricias tibias de sus manos sobre mi frente, las veces que enfermé, sus palabras de ternura y aliento, sus desvelos por mí. Todo él, era un abrigo de amor.
Con su forma de saber, me enseñaba acerca de la vida y a veces sobre la muerte. Relativo a la vida me indicó en una ocasión, referente a la necesidad que todos tenemos de crecer en Dios, de asirnos en esta existencia de él como una enredadera se amalgama a un árbol, para así sostenerse y crecer bajo su sombra y protección.
Ciertamente nunca intentó imponerme sus creencias, solamente se limitaba a darme ejemplos a través de su propia conducta. A veces lo observé ayudando a quien necesitaba menos que él, sin importarle que así fuera.
En este momento, son las cuatro y treinta minutos de la tarde, y continúo mi conversación con mi abuelo. Le comento referente al bienestar y la seguridad que siempre me ha producido estar con él. Que cuando había problemas, así yo estuviese ya grande, tan solo con su mirada, me transmitía la sensación de que todo saldría bien. Que las cosas con él eran más fácil, y eso me llenaba de esperanzas para continuar adelante.
Sobre la muerte, me indicó que esta vida es la sala de espera de otra superior, y que más allá, estaba la mejor de todas las vidas, sin las necesidades y aquejo que esta existencia promete. Me hacia visualizar con sus palabras un mundo maravilloso, lo cual me llenaba de esperanzas de una vida perfecta al lado de Dios. Me hablaba de la ironía de que, tanto preocuparnos y cuidar de este cuerpo, para que al final terminásemos por abandonarlo nosotros a él. Me colmaba de ilusiones, y a la vez de miedo, miedo de perderle y de no tenerlo más a mi lado.
Ágil para su edad acostumbraba a realizar las tareas de la casa con una destreza juvenil que muchos envidiarían; era capaz de subirse sobre una silla para alcanzar las telarañas del techo con la escoba, o de agacharse fácilmente para agarrar cualquier cosa tirada por debajo de algún mueble. Era verdaderamente increíble. Y cuando se le decía que no lo hiciese, expresaba que más daño producía el no hacer nada.
En este instante, son las cuatro y cuarenta minutos de la tarde, y ha comenzado una tenue llovizna a chorrear los cristales de la ventana, todo el día ha estado nublado...Es septiembre.
Sigo mi conversación con él, y le recuerdo que muy pronto sería su cumpleaños, que faltaban tan solo diez días para ello, y que por tanto ya le había comprado el regalo con bastante antantelación. Entonces recordé, al observar las gotas en la ventana, lo que me dijo una mañana lluviosa. La lluvia tiene dos significados distintos en el espíritu de cada persona, uno triste y lleno de sinsabores, y el otro alegre y henchido de esperanzas. Búscale siempre un significado a la lluvia, me dijo, y sabrás como se encuentra tu vida.
Ahora son las cinco en punto de la tarde, y ya vienen por mi abuelo. Un carro fúnebre lo espera en la puerta principal. Me aferro sin esperanzas al vidrio del ataúd que nos separa. Alguien me suelta con fuerza los brazos del cofre. Todo se me torna en una sola masa de gente, llanto y desesperación en la sala, y un característico olor a flores de velorio, me entristece enteramente el alma.
Anochece y la lluvia insistente en seguir. Le digo frente a su tumba, para mis adentros. Espérame abuelo, allá donde me señalaste que estarías, Donde no habrá más muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor... ¡Cuánto deseo volverte a ver abuelo amado!
José Cardozo Sierra
En este instante, son las cuatro y cuarenta minutos de la tarde, y ha comenzado una tenue llovizna a chorrear los cristales de la ventana, todo el día ha estado nublado...Es septiembre.
Sigo mi conversación con él, y le recuerdo que muy pronto sería su cumpleaños, que faltaban tan solo diez días para ello, y que por tanto ya le había comprado el regalo con bastante antantelación. Entonces recordé, al observar las gotas en la ventana, lo que me dijo una mañana lluviosa. La lluvia tiene dos significados distintos en el espíritu de cada persona, uno triste y lleno de sinsabores, y el otro alegre y henchido de esperanzas. Búscale siempre un significado a la lluvia, me dijo, y sabrás como se encuentra tu vida.
Ahora son las cinco en punto de la tarde, y ya vienen por mi abuelo. Un carro fúnebre lo espera en la puerta principal. Me aferro sin esperanzas al vidrio del ataúd que nos separa. Alguien me suelta con fuerza los brazos del cofre. Todo se me torna en una sola masa de gente, llanto y desesperación en la sala, y un característico olor a flores de velorio, me entristece enteramente el alma.
Anochece y la lluvia insistente en seguir. Le digo frente a su tumba, para mis adentros. Espérame abuelo, allá donde me señalaste que estarías, Donde no habrá más muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor... ¡Cuánto deseo volverte a ver abuelo amado!
José Cardozo Sierra
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