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Cuento: La costurera

La costurera

Como todas las tardes, luego de lavar los platos del almuerzo, la vieja costurera se había instalado frente al televisor, quería como de costumbre, disfrutar de su novela de la tarde. Alternaba en tiempos casi exactos, la mirada entre la costura de aguja y dedal y el aparato receptor.

Sobre una pequeña mesa a un costado de ella, se todavía los hallaban los utensilios de coser, organizados dentro de un costurero de mimbre, unas tijeras reposadas fuera de la canasta, las cuales había sido utilizadas por la señora en horas de la mañana, para cortar una cantidad considerable de guata, la que serviría de relleno a las almohadas de sus tres nietos.

El ambiente en la casa se regodeaba tranquilo.  La brisa al igual que todos las tardes, se colaba serena a través de una de las ventanas del comedor. 

El padre de la familia se encontraba en su trabajo de horario corrido, mientras que su esposa, preparó a los niños como siempre lo hacía, antes de irse a sus clases en la universidad.  Acostumbraba bañarlos, y  dejarlos acostados, listos para dormir la siesta, facilitando así el reposo vespertino de la menuda anciana.

La abuela frente al televisor, cortó un último trozo de hilo que necesitaba para acabar de cerrar la siguiente almohada. La hebra templada se dividió humedecida al contacto con su único y desgastado colmillo. Oyó un tic en la cavidad bucal. Y eso le gustaba.

Sin perder media pisada a los personajes que desfilaban frente a sus ojos,  hacía las cosas de manera automática, ya por la costumbre de tantos años de costura. Se había retirado de la coser  ajeno, y ahora solo se dedicaba a la costura del hogar.

Enhebró, la aguja a través de la luz del televisor, para tomar al cálculo,  para no despegar la vista de la pantalla, un puñado de tela, para echarlos dentro de la funda, y luego echó otro, y luego otro. Se dispuso cerrarla, con su fina puntada de experta; era ya con esa la tercera que rellenaba en el día.

              Mami ya me voy expresó la hija desde el cuarto en el momento que caminaba hacia ella para despedirse.
              Que te vaya bien hija, ¿vienen temprano a comer? 
              No mami, como a las ocho, porque pensamos ir al super. Le dijo casi al oído, despidiéndose con un perfumado beso de despedida.
               Los niños ya están acostados, ahorita se duermen, expresó la joven mamá.
               ¿ Les puedo llevar las almohadas? Inquirió 
               Ya terminé mi amor, estaba esperando las propagandas para llevárselas.

                Entonces la madre de los muchachos tomó las tres almohadas, y las llevó a la habitación de los niños, y se las dejó en la esquina inferior de una de las camas, diciéndoles: “aquí están las almohadas, duérmanse de una vez.”

                 Se despidió de ellos nuevamente en la puerta de la habitación desde donde desapareció de inmediato de la vista de ellos.
                 Los niños, cada cual en sus camas, esperaban ansiosos el sonido que hacia la puerta principal al partir su madre, para aprovechar como todas las tardes, el rato que su abuela les alcahueteaba para jugar antes de irse a dormir la siesta.

                  Al  marcharse la madre salieron los tres, persiguiendo uno de ello a los dos restantes, pasaron por el corredor que da a la sala donde estaba la abuela, la rodearon en una vuelta fugaz y volvieron al cuarto carcajeándose.

                 Se oyeron nuevamente las risas recorrer el pasillo desde el cuarto; ahora era otro quien perseguía a los demás, trayendo en sus manos una almohada lista para lanzar un golpe sobre ellos. Rodearon la mesa del comedor, luego a la abuela de nuevo, y se detuvieron dos detrás de ella, y el que tenía la almohada, cazaba a los otros, esperando alcanzarlos por sobre la anciana, para tirársela.


                  Quédense tranquilos, déjenme ver la novela. Les gritó

                  Váyanse a costar, dijo de nuevo, tratando de apartar con la mano al que tenía delante.

                  Seguidamente, un alarido de dolor se tragó la casa por entero de adentro hacia afuera. La vieja expresó: "Aaaayyyy Dios mío".  El niño que estaba delante de ella, quedó petrificado mirándola con ojos redondos, y palidecido, experimentaba sin saberlo, la presencia helada de la muerte.

                  El muchacho, trató de alcanzar a sus hermanos a como diera lugar,  y lanzó con vívida violencia, la almohada por encima de la anciana, quien por instinto, bajó la cabeza para protegerse de esta, y fue cuando sintió un sonido frío quebrarle el cráneo. Murió casi de inmediato con la cara orientada hacía el piso, mientras que la almohada adherida en su cabeza, destilaba sangre  que escapaba de la cabeza de la costurera.

                La tan nombrada almohada, ocultaba en la oscuridad de su relleno la muerte. En ella, la infortunada mujer había incluido, por descuido, junto con el último puñado de relleno, las tijeras de costurera utilizadas en su última labor de veterana.




                                      02 de Junio de 2002

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